XVIII. Preguntas sin respuestas

«Al amor propio se le hiere, no se le mata», Henry de Montherlant


Durante unos meses tuve tiempo para reflexionar -en exceso diría yo- sobre mi ser. Además de sentirme una especie de parásito y una decepción para mis padres por haber estado a punto de abandonar la carrera, sentía que tenía que haber algún tipo de explicación a mi problema. Necesitaba respuestas, necesitaba saber por qué me había tocado ser diferente, pero a veces simplemente no hay respuestas o mp sabemos darnos cuenta de que quizás la pregunta no sea la acertada. Al fin y al cabo todos somos diferentes, ¿por qué verlo como un problema entonces?

Llegué a decirme a mí mimsa que tal vez Rokitansky fuese algún tipo de castigo, que a lo mejor de niña había cometido algún error que merecía ser perseguido y por el que tenía que pagar un alto precio. También pensé que podía tratarse de una decisión del destino en el que por aquel encontes sí creía ciegamente (hoy en día soy más de causalidad que de casualidades). «Quizás nací así por algo», me repetía una y otra vez. Todos y todas venimos al mundo por algo y con un objetivo determinado. Seguramente ser mujer Rokitansky tenía algo que ver con esa misión que todavía no había llegado a descubrir… No pretendía tampoco atribuirme ningún tipo de poder mágico o de etiqueta de salvadora de la patria, pero sí tenía la esperanza de poder llegar a hacer algo por los demás, de que Rokitansky pudiese aportar algo de luz a las tinieblas que de vez en cuando cubren el mundo.

Intentaba verme a través del lado bueno de las cosas, pues en medio de las dificultades siempre hay una isla de posibilidades… Después de la tormenta -para quienes la lluvia sea algo malo- sale el sol y además de sus rayos dorados, emerge acompañado de un abanico de colores dibujado en el cielo celeste. Si ser Roky me permitiría ayudar a los demás, entonces las lágrimas habrían merecido la pena. Tal vez esa sensibilidad que me caracteriza tenga que ver con que ser orquídea me ha hecho aprender a observar el mundo de otro modo y es algo que nunca ha pasado desapercibido para las personas con las que me he ido cruzando en el camino.

También me preguntaba por qué mientras otras mujeres podían traer hijos al mundo yo no podía. De algún modo me parecía injusto y al mismo tiempo creía ser la culpable de ello al recordar las teorías de Darwin que habíamos estudiado en clase. Si era portadora de algún mal, la naturaleza se había tomado la molestia de evitar un mal mayor… Solo sobrevive el más fuerte, aquel con un legado que dejar en el mundo. No se trata de sentirme menos mujer por no generar vida, porque si quiero sí podré dar una vida a cuantas criaturas abandonadas quiera, pero sí se trataba de sentirme indigna de dejar una parte de mí en este mundo en el que solo perduraría mi huella efímera en los corazones de aquellas personas que tarde o temprano se acabarían marchando conmigo también. No ambiciono entrar a formar parte de ningún libro de historia ni mucho menos, pero cuando me toque decir adiós -o hasta luego, quién sabe- a mi vida terrenal, me esfumaré por compelto, como si cortaran las ramas de un árbol que solo se ha secado por un lado. Sin embargo, ¿hasta qué punto importa eso si a este mundo he venido a vivir y tengo la suerte de poder saborear mi vida con total plenitud, con sus altos y bajos?

Ahora veo las cosas de otro modo, lejos de la irracional por la que me djé absorber debido a la desesperación de no comprender y no comprenderme. El mejor legado que podemos dejar en el mundo no es cuestión de genética alguna, sino de lo que hemos aportado para crear un hogar mejor para generaciones futuras, tengan el ADN que tengan y esté o no vinculado al tuyo. Formamos parte de una gran familia en la que todos y todas importamos por igual. Y esa es mi meta, que este lugar de paso sea más acogedor cuando me haya ido, empezando por darle la oportunidad a un huérfano de tener una infancia lo más digna y feliz posible. Al fin y al cabo no elegimos estar aquí, venimos al mundo por sorpesa, sin saber lo que nos deparará, ¿pero por qué no recibir con los brazos abiertos a aquellos cuya llegada fue accidentada, por desgracia? Enseñar a todo niño a amar la vida y a no tener miedo a vivirla pese a sus baches y guijarros, pues si vivir fuese solo un camino de rosas con cada nuevo tropiezo no sentiríamos el roce de la piel de una nueva mano tendida dispuesta a ayudarnos y hacernos recordar el perfume de sus flores. Ni tampoco sentiríamos esa dosis de fuerza propia que hasta el momento desconocíamos por completo. Caer para impulsarse con más fuerza.

Puede que Darwin tuviese razón y solo sobreviva el más fuerte, el más adecuado para el proceso de reproducción, pero tarde o temprano a todos nos llegará la hora de morir, nadie queda fuera de ese camino cíclico, de esa ley que determina nuestro rumbo desde que nacemos. Por eso debemos vivir y demostrar que al mundo hemos vivido para vivir y no para morir.

Así que ahora procuro no perder excesivamente el tiempo, pues ninguna pregunta -con o sin respuesta- cambiará quién soy. Debo esforzarme en preguntarme quién soy y qué rumbo quiero tomar y yo misma responder a esa gran incógnita que ronda la cabeza de todos nosotros. Conocerme, quererme y comprenderme para así conocer, querer y comprender a los demás y los engranajes de nuestro pequeño gran Universo. Y, sobre todo, no derrochar demasiadas fuerzas en intentar ser comprendida por aquellos que ni siquiera me saben escuchar y prefieren juzgarme en base a ideas preconcebidas. Ser fiel a mí misma y a mis valores, teniendo por bandera el respeto hacia mi persona y hacia los demás. Algo fundamental desde mi punto de vista, pues se nos educa en el respeto hacia los que nos rodean y olvidamos muchas veces respetarnos a nosotros mismos.

Puede que cuando me toque atravesar otro camino sinuoso, en lugar de esquivar los baches, me caiga al intentar saltarlo y retome esas ideas erróneas, volviendo a hacerme daño con las mismas preguntas sin sentido, pero al menos sé que hay otra parada en la que bajarme. Existen caminos alternativos: la ruta del amor propio y la aceptación en lugar de soñar con ser alguien diferente a mi yo actual (y futuro).

© Ana Souto Villanustre

Deja un comentario