VI. Sirenas surcando el océano

“Sedientas las arenas, en la playa
sienten del sol los besos abrasados,
y no lejos, las ondas, siempre frescas,
ruedan pausadamente murmurando”.

En las orillas del Sar, Rosalía de Castro


Inma y yo nos habíamos conocido en el verano de 2010, en Nérac, un pueblo francés a dos horas del País Vasco, en la zona de Aquitania. Ella fue, desde el principio, la chica que vestía de amarillo, llevaba dos maletas pese a que supuestamente solo dejaban llevar una y que además era alérgica al pescado. Conforme fuimos conociéndonos supe que era especial.

No compartíamos habitación pero no nos hizo falta convivir bajo el mismo techo para darnos cuenta de que entre nosotras había un vínculo cuya fuerza descrubriríamos más adelante. Era la chica de pelo rizado, la chica con gaita por nombre Bolboreta y con Freddie Mercury como ídolo musical. Recuerdo aquel Bohemian Rhapsody que salió de sus labios tras la prueba de nivel de francés del segundo día y su pasión rindiendo homenaje a un grande. Ambas, amantes de Queen y de la lengua de Baudelaire y Víctor Hugo, pero teníamos más cosas en común que irían saliendo a la luz a medida que nuestra amistad se hacía más intensa.

El dos de agosto fue un día triste para las dos. Me pregunto cómo es posible que el autobús no se hubiese inundado de lágrimas tras escuchar Désolé de Sexion d’Assaut, canción de ese verano francés de campos de girasoles, tardes de bicicleta y pan con aceite de oliva. Me acuerdo de nuestra despedida en el mismo aparcamiento en el que la vi por primera vez cuando todavía no sabía su nombre. Tenía miedo a perderla, a que aquellas tres semanas no hubiesen sido más que una ilusión. No quería perder el contacto con alguien con quien sentía que me entendía a la perfección sin necesidad a veces de intercambiar palabras.

Ese mes de agosto mis padres y yo acabamos yendo a Ribadeo a visitar a Inma y comimos todos juntos con Nerea, la chica de ojos azules y piel de porcelana de Lugo. Las tres rememoramos nuestros días en Francia con una melancolía propia de alguien que llevaba mucho más tiempo en la distancia mientras descubríamos los encantos de un pueblo que nunca ha sido del agrado de Inma, asturiana de nacimiento con el corazón dividido entre su tierra natal, el Ourense de su padre y las ciudades que ha ido conociendo en sus andanzas por el mundo.

He de decir que gracias a mi madre quizás Inma y yo seamos tan buenas amigas a día de hoy, pues ella sugirió que Inma fuese a pasar unos días con nosotros a Rianxo. Tardes de playa, paseos por la famosa ruta del colesterol con versos de Manuel Antonio, noche de confidencias… Sin duda alguna esa casi semana nos unió todavía más y me permitió descubrir su pasado de momentos incómodos en el instituto y rechazo por parte de sus compañeros.

Tras el verano en el que conocí a la que sería mi gemela, mi hermana sin lazos de sangre, mi coquelicot bleu, esa mariposa de libertad alada impregnada de música francesa, reflexiones filosóficas y poemas en griego clásico, seguimos en contacto a través de cartas que guardo como un tesoro. También hablábamos por teléfono y nos veíamos en las quedadas del grupo de Nérac. Una amistad que se iba afianzando pese a los kilómetros que nos separaban y que por desgracia siguen separándonos a día de hoy.

Tal vez una de las etapas más determinantes para ambas haya sido mi año en Virginia, cuando al otro lado del océano escribí aquel poema titulado The mermaide (Sirena), rememorando una tarde en unas lagunas naturales próximas a Pobra do Caramiñal, villa del ilustrísimo Valle Inclán. Un canto a la amistad y, al mismo tiempo, a la libertad, a la belleza y a la magia de una Galicia para mí mística que ambas llevamos impresa en el corazón. Un año de distancia atlántica y sueños de sirenas surcando mares, como las dos cartas que albergaban dos secretos.

Había llegado el momento. No sé ni cuándo exactamente ni por qué, pero había decidido tomar la iniciativa y contárselo, decirle a mi mejor amiga quién era. A ella no podía seguir ocultándole una parte de mí, sería como estar traicionándola (aunque no con mala intención). Fue una de las cartas que más me ha costado escribir y en las que más tiempo he invertido. Con calma, con pausas, evadiéndome y volando al pasado incoscientemente. Se lo expliqué todo lo mejor que pude, pensando en cómo reaccionaría. Conforme escribía me la imaginaba a ella con la carta en las manos. Por momentos creía tenerla a mi lado escuchando la historia de mi boca y no de la tinta impresa en el papel.

Pronto llegaría su respuesta, ella también tenía un secreto que contar, también necesitaba sacar una parte de su ser al exterior y mostrarse plena ante mí, pura, fiel a su esencia. Más que un secreto era una confirmación de algo que yo ya intuía, no sé si por ser Sagitario o por mi capacidad observadora que me había permitido ir guardando instantáneas en el pasado. Los pequeños detalles que a veces pasan desapercibidos forman un gran conjunto, la imagen completa de un todo. Me siento orgullosa de que actualmente Inma viva el amor con libertad y se atreva a elegir de quién enamorarse entre miles y miles de mujeres.

Por fin lo sabía, por fin Inma conocía que existía un síndrome que transforma a las rosas en orquídeas. Dos cartas cargadas de sinceridad y de humildad que por un momento borraron cualquier tipo de distancia sobre el mapa. Todavía siento el calor de ese abrazo invisible que noté al leer su respuesta y no me sentí sola en la inmensidad de un cuarto cuyas paredes llegaron a ahogarme en otros momentos. Palabras volando con el viento desde Ribadeo rumbo al Charlottesville que supo guardar mi secreto.

© Ana Souto Villanustre

8 comentarios en “VI. Sirenas surcando el océano

  1. Shedy dice:

    Una historia de amistad preciosa, los años pasan y hay gente que deja huella, aceptarse una a la otra seguramemte ha afianzado más vuestra relación.
    A pesar de las distancias el amor más puro es la amistad y bajo bandas sonoras como queen, merecen realmente la pena.

    Le gusta a 1 persona

  2. Maria cecilia sandoval cumbay dice:

    Que bellas tus vivencias amiga quisiera tener el valor tuyo contarselo al menos.a mi familia y se me haga mas libiana esta carga digo carga pot que es para mi un secreto que trato de.proteger de una u otra forma pero cada vez que leo tu historia me motiva contarselo al menos a mi hermano que parece que ya intuye algo por q en una oportunidad me.dijo hermana yo voy a estar aqui para ti en todo momento no te preucupes cuenta conmigo para lo que sea no importa la desicion que tomes con respecto a tus afinidades no se si el esta.confundido es por eso que quiero.contarle para q no se ideas que.no.son ademas el fue el unico que ha tratado de protegerme de acuerdo a sus posibilidades.

    Le gusta a 1 persona

    1. Ana Souto Villanustre dice:

      Tú eres la única que tiene el poder de tomar una decisión, tú eres la única que tiene el poder de contar o no el secreto. Pero yo te animo a que te atrevas, a que seas más fuerte que cualquier miedo y que hables, sin temor. Tu hermano seguramente vaya a estar ahí para ayudarte y para apoyarte y te sentirás mucho más liberada. No es justo que lleves una carga tan pesada a tus espaldas. Además, ¿por qué ocultar tu esencia, quien eres? Eres igual de válida que cualquier otra mujer y que cualquier otra persona. Todo el mundo tiene sus taras y sus características, pero esas diferecias nos hacen verdaderamente bellos. Sé que es difícil hablar, pero eres valiente, no lo olvides. Tienes que creer en ti misma, en que puedes, en que llegará el día en el que hables. Cuando estés preparada, adelante y si necesitas un empujoncito, aquí estaré. Un beso enorme, orquídea!

      Le gusta a 1 persona

  3. Cristina Ferreiro Collazos dice:

    Es leer esta entrada y recordaros a ti y a Inma en el bar de Vigo cantando Bohemian Rapsody. La complicidad y esa fuerza que transmitíais con vuestro «Carry on, carry on..» se ha quedado grabadas en mis oídos y en mis retinas.
    De verdad, qué felicidad leer este capítulo.

    Me gusta

    1. Ana Souto Villanustre dice:

      Se te habrá quedado grabada mi maravillosa voz 🙂 Sí, sin duda, esa canción es capaz de trasladarme a tantos puntos de mi pasado… La música, la igual que el océano o las cartas son esa especie de lazo rojo que nos une a Inma y a mí. El nuestro supongo que rojo, lila o azul está formado por notas musicales de la guitarra de Extremo o la lengua catalana capaz de unir mi Atlántico y el Mediterráneo de tu madre. De verdad, qué felicidad saber que puedas leerme porque existes ❤

      Le gusta a 1 persona

Deja un comentario