II. De consultas y esperas

“Porque la sangre que heredamos no es nada más que la que traemos al llegar al mundo, la sangre que heredamos está hecha de las cosas que comimos de niños, de las palabras que nos cantaron en la cuna, de los brazos que nos cuidaron, la ropa que nos cobijó y las tormentas que otros remontaron para darnos vida. Pero sobretodo, la sangre se nos teje con las historias y los sueños de quien nos crece…”.
Ángeles Mastretta


La vida en el hospital no era ninguna novedad para mí y tampoco las analíticas a las que estaba más que habituada. Comenzaba una nueva rutina de pruebas, como cuando en 6.º de Primaria me detectaron osteoporosis y los doctores no encontraban explicación alguna a mi diagnóstico. Irónico, niña de once años que ni había tenido la menarquia padeciendo un problema médico ligado a la menopausia. Otra de esas contradicciones de la caja de sorpresas de mi vida.

Como no me había venido la regla, el primer paso fue asegurarse de que mis hormonas funcionaban correctamente. Así pues, me hicieron una analítica especial cuyos resultados fueron positivos. Aparentemente mi cuerpo funcionaba a la perfección, como el de cualquier mujer de la que se esperaría que tarde o temprano acabase teniendo la regla.

En un principio me iban a dar unas pastillas que supuestamente inducirían la llegada de la menarquia, pero antes de eso prefirieron que a mayores me hiciesen una ecografía. Creo recordar que estaba la doctora que ya me había atendido de otras veces, la radióloga a la que mi madre conocía y me había hecho aquella primera resonancia de niña. Si no me falla la memoria, ella entró en la sala después de que el residente la fuese a llamar al ver en la pantalla que había algo raro. Supuestamente no eran capaces de ver uno de los ovarios y lo achacaban a que quizás hubiese gases o a no haber bebido suficiente agua –cosa que sí había hecho, vaya. Los recuerdo delante del ordenador hablando entre susurros, buscando y buscando sin encontrar nada.

Tiempo después acabé en una sala de espera del Clínico de Santiago con los apuntes de latín, porque el día del examen se acercaba y, entre otras cosas, necesitaba ocupar el tiempo en algo. Una tarde, imagino que del mes de mayo o incluso finales de abril. Por aquel entonces tenía un concepto diferente de la noción del tiempo, marcado por las tardes de estudio y el estrés de los exámenes. Los meses se sucedían en bloques sin importar el nombre del mes impreso en el calendario.

Me hicieron una resonancia y mi madre entró a hablar con la radióloga. De camino a casa una parte de mí sabía que las noticias no eran buenas. La verdad es que no me acuerdo de la conversación en el coche en el viaje de regreso. Dudo que le hubiese preguntado a mi madre directamente sobre lo que habían hablado ella y la doctora. En el fondo no quería que se confirmasen mis sospechas… Si llegué a preguntar algo, apostaría que mi madre se inventó alguna excusa del tipo “vamos a tardar unos días en tener los resultados”, cuando en realidad la resonancia es instantánea. En fin, en esos momentos mi mayor preocupación era sacarme los exámenes de encima con las mejores notas posibles. En ese sentido estar ocupada fue de gran ayuda para no pensar en otras cosas.

Los días fueron pasando y cada vez quedaban menos exámenes. Me había olvidado de las mañanas de consulta y salas de espera, aunque de vez en cuando sí tenía algún que otro flashback y entonces me preguntaba qué sería de los resultados de aquella resonancia. Me dije a mí misma: “Ana, si no hubiese ninguna anomalía mamá te lo habría dicho aquel día y aun si fuese cierto que los resultados tardarían en conocerse, siendo médico tiene acceso al Ianux, la plataforma virtual del Sergas. Cuando hay algo  malo que contar a veces no se dice inmediatamente”. Sabía que tarde o temprano me lo acabaría contando.

A ver, si no me había venido la regla y me habían hecho pruebas cuyos resultados mi madre no parecía querer compartir, lo más probable era que fuesen a decirme que no podía tener hijos. Solo necesitaba que me lo confirmasen, aunque como estaba bastante segura de estar en lo cierto estaba «relativamente tranquila».

Recuerdo que de vez en cuando en los paseos en compañía de mi madre yo misma sacaba el tema de la adopción. De algún modo, lo que intentaba era preparar el terreno para que mi madre se sintiese segura y acabase sincerándose conmigo. Intentaba hacerle ver que no había nada de malo en la adopción y, que por lo tanto, si no fuese a poder concebir un bebé en mi vientre sí me gustaría adoptar y no por ello me sentiría madre de rango inferior. Es más, ya de niña veía la adopción como uno de los gestos más hermosos de dar amor y una vida digna a una criatura que no eligió vivir en un orfanato. Hay tantos niños y niñas que necesitan amor en el mundo, ¿por qué traer más?

Mi madre no parecía tan entusiasmada como yo y me hablaba de otras opciones como la maternidad subrogada, legalizada en países como Estados Unidos o Ucrania, pero práctica ilegal en España. Por vez primera me sentí en la piel de madre de mi madre, intentando liberarla de la carga de ese secreto que me ocultaba. Pronto acabaría contándomelo. Todo.


© Ana Souto Villanustre

5 comentarios en “II. De consultas y esperas

    1. Ana Souto Villanustre dice:

      Quién sabe lo que me depara el futuro… Es complicado adelantarse si todavía me quedan muchos años por delante hasta que forme una familia (si la formo). Pero sería hermoso tener en brazos a uno de esos niños que aguardan a su madre en el orfanato.

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