IX. Tiempos oscuros

“Tienes todas las armas que necesitas. Ahora: lucha”

Sucker Punch


Volver de Estados Unidos fue un gran cambio para mí en muchos aspectos. Regresaba a un hogar que al poco tiempo de llegar se habría transformado, con mis padres divorciados y un hermano que era niño cuando me despedí y al volver estaba convertido en un adolescente. Mi casa se había vuelto fría, vacía, poco acogedora. Cada vez que llegaba del instituto y giraba la llave en la puerta sentía un peso a mis espaldas del que no sabía ya como deshacerme. Tenía asumido desde hacía años que mis padres se acabarían separando, pero pese a una ruptura pacífica, los cambios pueden venir acompañados de ráfagas de oscuridad que no basta con una única persona para hacerla desaparecer.

Segundo de Bachillerato también era un reto para mí, pues venía de haber estado en un país con un sistema educativo bastante diferente en el que los comentarios de texto eran prácticamente inexistentes y la filosofía no formaba parte del currículum. Tenía miedo a no estar a la altura de mis compañeros, a no cumplir con los objetivos o a no alcanzar la media que necesitaba para entrar en Traducción. El primer día de clase llegué temblando, adelantándome a posibles acontecimientos futuros que me aterrorizaban.

Pese al estrés propio de temido final de los días de instituto que anticipaban la llegada de la Selectividad, encerrarme entre las páginas de los libros de texto me vino realmente bien. Las materias que elegí, además, despertaron en mí un hambre insaciable de conocimiento y no paraba de documentarme por mi cuenta, empaparme de cine y escribir, de expresarme con libertad sobre aspectos entonces de actualidad que siguen teniendo repercusión a día de hoy. La filosofía me apasionaba y las clases de literatura universal me permitían forjar mi identidad de nueva cinéfila amante de las adaptaciones de los clásicos a la gran pantalla. Por no hablar de historia del arte, esa asignatura que despertó en mí inspiración que intenté plasmar en mis poemas mediocres.

Necesitaba evadirme desesperadamente, abstraerme de cualquier tipo de pensamiento negativo y centrarme en los estudios para ir forjando un futuro. Sin embargo, no conseguía encontrar un lugar adecuado en el que refugiarme o al cual huir en esos momentos de hastío. Rokitansky me afectaba mucho más, como si el mero hecho de haber dejado atrás Estados Unidos me hubiese hecho tomar mucha más conciencia de esa gran losa de piedra que me iba hundiendo más y más. Mi estancia en Virginia fue una especie de burbuja en la que viví casi un año de sueños hechos realidad y amores inocentes.

Me odiaba, con todas mis fuerzas. Odiaba mi forma de ser, mi aspecto físico y el cuerpo con el que había nacido. Odiaba ser tímida, sacar buenas notas y que mis resultados influyesen negativamente en la relación con unos compañeros que no eran más que eso, compañeros de clase que nunca me incluirían en su grupo de amigos. Odiaba no ser lo suficientemente atractiva, no ser alguna de esas chicas despampanantes. Tenía una figura desproporcionada, con poco pecho y demasiado culo. Me sentía acomplejada por comprar sujetadores de la 85 y no de la 90 y mis piernas tampoco me gustaban especialmente, de muslos demasiado anchos, por no hablar de los dedos de las manos. La única parte de mi cuerpo que me gustaba era el pelo en las mañanas de tirabuzones, pero supongo que tendrá mucho que ver con el hecho de que mucha gente lo hubiese halagado en un número considerabe de ocasiones. Estaba obsesionada también con mi peso, pero tampoco quería adelgazar mucho para no acabar plana como una tabla. No quería ser una chica invisible a ojos de la sociedad por mi carencia de curvas.

No podía evitar sentirme así, pero al mismo tiempo me reprochaba reducirme a simples medidas, me culpaba por vincular mi valía a mi aspecto físico. Con todo, me resultaba misión imposible no torturarme de ese modo. ¿Quién iba a querer estar conmigo? Ningún chico se iba a fijar en mí, eso ya para empezar, y de llegar a haber alguno que sí se atreviese a darme una oportunidad, me rechazaría por ser una mujer incompleta que no podría satisfacerlo. De nuevo me invadía la culpa por reducirlo todo a puro sexo e infravalorarme por no pertenecer a la media, al grupo de mujeres sexualmenete libres con una vagina en la que pudiese entrar medianamente bien un pene. Una lucha interna, un debate en el que yo encarnaba papeles contrarios, sociedad y yo como individuo, como mujer feminista.

Me preguntaba constantemente por qué habría nacido así, seguía cuestionándome si se trataría de algún tipo de castigo divino o simplemente me había tocado ser diferente. Pensaba que quizás si había venido al mundo como mujer roky era por algo en concreto, aunque por mucho que intentase ser optimista al respecto acababa viniéndome abajo y deseaba ser otra persona, gritar hasta que el cielo se agrietase y terminase por desmoronarse sobre mí.

Veía mucha televisión en inglés, realities en los que a día de hoy no invertiría ni un solo segundo. No era consciente de hasta qué punto eran contraproducentes para mí con esa idea que venden de amor heteropatriarcal que tanta presión ejercía sobre mi persona.  Esas series eran estupendas para reciclarme y no perder el nivel de inglés con el que había vuelto de Estados Unidos, pero al mismo tiempo parecían señalarme con el dedo y recordarme constantemente “tú nunca serás como ellas”. Y me lo acabé creyendo, permití que me hiciesen creer que no era válida, que no era lo suficientemente buena y que para la sociedad no era una mujer de verdad. Lo peor de todo es que yo misma me lo recordaba una y otra vez incluso con el televisor apagado, até mis alas y tiré al agua del mar la llave de una jaula en la que estuve atrapada demasiado tiempo.

Me hice muchísimo daño, mucho más que el dolor que otras personas hayan podido causarme. El amor para mí solo existía en la pantalla, en los besos fortuitos de parejas a las que veía en la calle… Pero yo era ajena a todo amor pese a mi personalidad romántica, amor era ilusión, utopía, ensueño. Enamorarme estaba vetado.

5 comentarios en “IX. Tiempos oscuros

  1. maria cecilia sandoval dice:

    ana todas pasamos por lo mismo la aceptacion de nosotras mismas nos cuesta a todas solo exise reproches de nuestra existencia por ser diferentes pero tu haces la diferencia por tu valentia a superar todo y esa valentia nos anima o me anima a mi en especial surgir y aceptarme gracias por existir ana un abrazo cuidate

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    1. Ana Souto Villanustre dice:

      No me tienes que dar las gracias María 🙂 Es una pena que a todas nosotras nos lleve tanto tiempo aceptarnos, aunque es completamente normal, sobre todo teniendo en cuenta que la sociedad no lo pone fácil. Pero por eso somos nosotras las que tenemos que poner nuestro granito y al mostrarnos «normales» al mundo, que la sociedad cambie. Tengo esperanzas que las Rokitanskys del futuro vivan en un mundo mejor.

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  2. PILAR JIMENEZ CURQUEJO dice:

    ANA QUE BIEN LO DESCRIBES A TODAS NOS HA PASADO IGUAL LA BAJA AUTOESTIMA Y EL NO ACEPTARNOS ES LOGICO NUESTRA PERSONALIDAD ROMANTICA SONADORA Y EL COCIENTE INTELECTUAL ALTO HACE QUE VIVAMOS CON INTENSIDAD

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    1. Ana Souto Villanustre dice:

      Lo imporante es permanecer fieles a nosotras mismas por difícil que eso sea… Una vez que nos aceptemos, no tener miedo a soñar como cualquier otra persona (aunque con un pie en la tierra jajaja).

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