XVI. Primera odisea

«El que mira afuera sueña, el que mira adentro despierta»

Carl Gustav Jung


A finales de diciembre de 2013 tenía en mi poder una caja blanca no muy grande con varios dilatadores de silicona de color beige. Diferentes tamaños en función del grosor y una especie de bolsita de tela para guardarlos. Solo quedaba empezar el tratamiento, con el inconveniente de que coincidió con las vacaciones de Navidad y tenía pensado pasar algún día fuera de casa, pero al menos estaba ilusionada. Me sentía orgullosa de por fin poder decir que las cosas irían a mejor, aunque desconocía lo que pasaría más tarde. Pese  a poseer esa supuesta caja maravillosa, unos meses más tarde la inversión no habría dado sus frutos.

Empecé a hacerme el tratamiento con ganas, pero no era algo que me resultase especialmente agradable. Nuunca he sido una persona excesivamente paciente y a esa impaciencia que viene de nacimiento habría que sumarle la necesidad que tengo de hacer algo «productivo» las horas del día en las que noe sté durmiendo. Me agobiaban esos 20 minutos en los que por mucho que me pusiese música de fondo no era capaz de pensar en otra cosa que en lo muchísimo que odiaba a Rokitansky. Me dolía y me sentía frustrada por tener que pasarme las mañanas y las noches así. Ahora me siento mal por lo poco fuerte que fui al enfrentarme a la situación, aunque entonces también me sentía culpable por ahogarme en un vaso de agua cuando hay gente verdaderamente mal, sufriendo mucho más a nivel físico y en algunas ocasiones luchando con puños y garras para impedir que la vida se les escape de las manos. Yo, sana, me lamentaba por vivir así, cuando en realidad tenía las herramientas para ser feliz.

Me machacaba constantemente y acabé cogiéndole manía a los dilatadores. Lo que tendría que haber sido una terapia física y al mismo tiempo psicológica, se convirtió en un enemigo. Prefería no hacerme el tratamiento a torturarme y reprocharme haber nacido así, pero al final acababa sintiéndome mucho peor por no tener la determinación de hacer frente a la situación. Intenté apoyarme en Daniel, pero pese a que me hizo creer que estaría ahí, resultó no ser así. Como vivíamos juntos, cunado tocaba hacerme las dilataciones estaba a mi lado y o bien me ponía una serie para distraerme o música para calmarme. Él, se solía quedar dormido y eso me hacía sentirme además de sola, olvidada, como si no le importase lo más mínimo que lo necesitase para seguir adelante con los dilatadores.

Otra de las cosas que me frustraba era el hecho de no saber hasta cuándo tendría que estar así. Tenía fecha de inicio pero no un final marcado en ningún punto del calendario. Conforme podía durar seis meses, el proceso de crear una vagina se podría prolongar y en el mejor de los casos, extenderse a nueve meses o un año. Yo era incapaz de imaginarme así durante tantos meses, sin tener además la garantía de que por muchos meses que pasasen todo fuese a salir bien. La incertidumbre no hacía nada más que empeorar las cosas y calar en mí de un modo tóxico. Así que lo dejé, guardé los dilatadores en una caja y los metí al fondo del cajón para no tener que verlos. Y vuelta a comenzar, retorno al punto inicial sin sentirme mejor de lo que me sentía antes de tener en mis manos la llave que abriría la puerta de ese túnel sin salida en el que me hallaba.

Lo que realmente me duele a día de hoy no es el hecho de haber sido fuerte o débil, sino el haber tomado decisiones pensando en un persona que aunque me costase asumirlo, tenía fecha de caducidad. ¿Por qué lo dejé sino por él, por su falta de apoyo? Creía estar «preparándome» para él y me dejé llevar por el cabreo de su falta de compromiso. Qué ciega estaba o, más que ciega, qué mal veía el mundo que me rodeaba. El tratamiento no era para nadie más que para mí, para lograr una mayor libertad sexual y empoderamiento de mi cuerpo. Yo, en cambio, solo tenía ojos para él y olvidaba verme cuando me miraba al espejo.

Cuando me dejó me di cuenta de la tontería que había cometido, pero no retomé el tratamiento porque tenía miedo a recaer en esa espiral de negatividad. La ruptura de por sí fue realmente dolorosa y en esos momentos Rokitansky era algo secundario. Mi prioridad era recuperar a Daniel o al menos llegar a comprender por qué me había dejado. El tiempo fue pasando y sugieron nuevos proyectos que me ayudaron a ir olvidando poco a poco y a alejar de mi mente a un chico al que había creído inmortal. También aparté de mis pensamientos a Roky, como si por el mero hecho de ya no tener pareja no fuese a afectarme igual y no tuviese porqué enfrentarme a ello. Qué ilusa… Estaba cayendo en el mismo error, vincular Rokitansky al tener o no tener pareja, cuando en realidad debería ser algo mío, individual. Refugiarme en los brazos de un chico no era la solución por muy segura que pudiese llegar a sentirme. Una farsa, un trampantojo, pues solo podía dar forma a esa seguridad a base de esculpirla yo desde mi interior y entonces dejarla salir al exterior.

Ninguna persona más que yo podía hacer de hada madrina. Esperar demasiado de alguien no es justo para ninguna de las pesonas. Sí lo es dar una oportunidad a demostrar algo, pero desde luego, estar a la expectativa de algo que no va a pasar no es la vía. Había convertido a Daniel en héroe antes de dejar que él decidiese hacer algo heroico por iniciativa propia. Quizás tenga que ver con mi mentalidad en la línea de Rousseau, de que todo humano es bueno por naturaleza. Eso sigo creyendo, hasta que me demuestren lo contrario. ¿Por qué tachar a alguien de malo sin conocerlo? Mi problema: haber hecho de Daniel una persona bondadosa por el hecho de haberme aceptado…

© Ana Souto Villanustre

2 comentarios en “XVI. Primera odisea

  1. Shacky Castro dice:

    Hola, estuve leyendo tu novela y realmente tengo una duda xq yo no soy mujer Rokitansky. Al tener este síndrome, es posible q la mujer, en una relación sexual o masturbación, expiulse líquido al llegar al orgasmmo? besis! suerte con tu nuevo chochi

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    1. Ana Souto Villanustre dice:

      Hola! Una mujer Rokitansky tiene un clítoris totalmente normal y la vagina, en el caso de las mujeres que tienen ciertos centímetros de profundidad, tienen flujo como cualquier otra mujer. En el caso de las mujeres Rokitansky operadas, su vagina es completamente normal, nadie notaría que es una vagina creada en un quirófano. Tanto el clítoris como la vagina a la hora de tener sexo funcionarían como en cualquier otra mujer.

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