XV. El problema de no amar(se)

«La paz viene del interior, no la busques en el exterior» Buddha


Mi madre llamó a cientos de farmacias en Galicia y recorrió calles enteras de diferentes lugares para encontrar los dilatadores que no aparecían por ningún lado. No sabía si consolarme pensando que era única y diferente o si sentirme una especie de bicho raro cuyo tratamiento era difícil de conseguir (por no decir casi imposible). Cada vez que mi madre buscaba en la guía de teléfonos un nuevo número, me recorría el mismo escalofrío, una mezcla de nervios y de angustia que terminaban en desilusión por la negativa como respuesta. Cuendo era yo la que la acompañaba en nuestros paseos habituales y pasábamos por delante de una farmacia, siempre me quedaba fuera. Me daba vergüenza y, al mismo tiempo, no me agradaba la idea de poder llegar a ser observada desde el otro lado del mostrador por una persona en bata haciéndose, seguramente, más de una pregunta. Si hay gente a la que le da corte ir a comprar preservativos o lubricante, ya no digamos a mí el hecho de tener que ir a por unos dilatadores.

Resulta irónico que el ser humano tenga pudor por ciertas cosas como el comprar métodos acnticonceptivos, cuando debería ser un acto completamente natural. Se habla muy a menudo de sexo pero la sexualidad es una de las asignaturas pendientes. Parece mentira que un tema tan presente en las conversaciones del día a día sea también un tabú. Conforme me he ido enfrentando a Rokitansky me he ido dado cuenta de aspectos de nuestra sociedad que forman parte de un baúl de las contradicciones demasiado grande. Se apuesta por la libertad, por vivir la sexualidad sin cadenas y que el ser dueño de tu vida sexual te haga más libre, pero el no encajar en unos moldes preconcebidos puede hacer del sexo tu propia cárcel en la que hablar abiertamente de tus singularidades no está permitido. Tardaría mucho tiempo en atreverme a salir de la celda de mi cárcel y enfrentarme a los carceleros, ese acto de rebeldía era mi única forma de obtener la llave de la libertad.

Y así estaba yo, callada, a la espera de mi tratamiento en medio de la frustración. El acceso a preservativos era tan fácil en cada una de las farmacias en las que mi madre entraba, y yo no tenía ni la opción de pensar en llegar a usarlos. Estaba cabreada, aunque en sí tiene sentido que no fuese a  encontrar los dilatadores de manera instantánea. ¿Acaso hay tantas orquídeas en el mundo?

Afortunadamente hay rosas dispuestas a ayudar y mi madre estuvo ahí hasta que dio con una farmacia que se ofreció a encargar los dilatadores a una empresa de Barcelona. Tocaba esperar y esa espera me cabreaba. Pero, realmente, ¿qué prisa se puede tener con 18 recién cumplidos? Supongo que eran las ganas de encajar de una vez por todas, de ser como las demás y dejar de lado a Roky poco a poco. Quería tener mi vagina y despreocuparme, poder ser más para Daniel. Qué triste que pensase así. Evoco esas ideas y me da pena que tuviese esa percepción de mí misma, como si fuese una especie de muñeca de cuerda a la que hubiese que arreglar. Po no hablar de ese concepto que tenía de Rokitansky… Creía que unos dilatadores acabarían borrando os trazos de ese síndrome, pero cambiar la esencia de alguien no es tan sencillo (y tampoco recomendable). Las cosas en las que sí deberíamos centrarnos son  los defectos de los que vamos tomando conciencia conforme crecemos o nos pasan factura en determinado momento, pero las características de nuestro ser no deben ser modificadas. Cambiar mi fragancia sería cambiar de pétalos, dejar la flor que era y sor para convertirme en otra, en una desconocida.

Lo que realmente necesitaba no era un set de dilatadores -que también- sino una gran dosis de amor, de quererme por quien era y soy y no por la mujer que podría haber sido y no he sido ni seré. Esa lucha que afecta a todo ser humano y en algunos se ve incrementada por las adversidades que se presentan en determinada etapa de la vida. Aprender a quererme quizás fuese más fácil con una vagina más profunda, pero el amor debería ser incondicional, sin importar los centímetros de mi órgano sexual. Con el tiempo me daría cuenta de que por mucha prisa que tuviese, la solución no estaba enn haber encontrado antes o después los dilatadores. En defenitiva, los dilatadores no eran la solución a ninguno de mis problemas (no quererse a una misma, eso sí es un problema).

© Ana Souto Villanustre

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